domingo, 24 de febrero de 2008

Jens Lekman, Moby y un servidor

...Pues nada, un nuevo post para darles cuenta de un nuevo par de chorradillas musicaloides, a saber:

A) Gracias muchas otra vez más -y van...- a Kiko Amat por una de sus recomendaciones. La cosa es que el miércoles pasado tocó aquí en Ginebra un músico sueco llamado Jens Lekman. Yo no le había oído jamás, pero entre que teníamos -Bonnie y yo- muchas ganas de ir a un concierto -hay poquísima actividad musical en esta ciudad, a todos los niveles- y que mister Lekman -digo "mister" porque, claro, como no sé cómo se dice "mister" en sueco... ¿"misterönsen", quizá?- venía recomendado por el señor Amat, pues para allá que nos fuimos... y menos mal que lo hicimos: días después aún sigo en estado de alegre shock y con la profunda convicción de haber asistido a un acontecimiento, no sé si "único" o "irrepetible" -porque no sé si el amigo Lekman tiene por costumbre montar la misma hermosa juerga en cada bolo-, pero desde luego sí que "especial". Por Dios, qué bien, señoras y señores: qué repertorio, qué entrega y qué ganas de disfrutar -y de hacernos disfrutar a nosotros-. Es con conciertos así como uno, a veces, recuerda por qué se acercó por primera vez a esta cosa llamada "pop", y por qué le gustó tanto. Y fue doblemente curioso para mí porque hace poco que leí una entrevista con Patterson Hood (de los Drive-By Truckers) en la que se hablaba con estas palabras de lo que fue su primer concierto de Bruce Springsteen: "That show changed my life and shaped a lot of how I feel about shows -the way he plays the audience more than the guitar." Y yo no había entendido qué quería decir hasta que vi al señor Lekman. Pues eso: si el show de Lekman pasa por su ciudad, no dejen de asistir.
(Dicho sea de paso, el concierto tuvo lugar en un local de aquí llamado PTR Usine del que muchísimas salas de conciertos de nuestro país deberían tomar un par de lecciones, me explico: siendo el Usine esencialmente algo así como una "kasa okupada" en donde ocasionalmente se ofrecen conciertos con el beneplácito del Ayuntamiento de Ginebra, ofrece mayor calidad de sonido y mejores condiciones para ver a un grupo en directo que muchos locales "profesionales" de Madrid, como por ejemplo La Riviera de nuestros pecados.)

2) No es la primera -ni la segunda, ni la quincuagésimo séptima...- vez en mi vida que me dicen "hombre, pues te pareces a..." ni tampoco sería la primera vez que de hecho me confunden con él, pero nunca me había sucedido (todavía) como el viernes pasado en un bar bastante recomendable de por aquí que se llama L´Ethno. La cosa es que me acerqué a pedir unas cervezas, cuando veo que al otro extremo de la barra un chaval se me queda mirando, tras lo cual se apresura a pedir algo al camarero, quien le entrega una pequeña libreta de notas y un boli. Armado con ellas, el chaval se abre paso entre la multitud hasta llegar a mi lado y, tendiéndomelas, me dice (en inglés): "Sr. Moby, me encanta lo que hace. ¿Me firmaría un autógrafo?". Lo peor es que a pesar de mis explicaciones, no se creyó que yo realmente NO era Moby, con lo que aún encima se fue mosqueado porque no quise firmarle. (Me imagino que ahora dejará de comprarse sus discos, y me siento un poco culpable de pensar que todavía le pondrá pingando cada vez que salga el tema, si es que sale, que imagino que sí saldrá o ya se ocupará él de sacarlo, porque si no le di una firma, seguro que sí le proporcioné una anécdota que comentar con los colegas: "¿Moby? ¡Menudo gilipollas! Figuráos que me lo encontré una vez en un bar y si se lo tendrá creído que no fue capaz ni de darme un autógrafo.") En fin, señoras y señores, ya ven cómo van estas cosas. Si ustedes se parecen a algún famoso les deseo de corazón que sea a alguien tipo, qué sé yo, Brad Pitt o George Clooney. Yo ya les puedo asegurar que pareciéndose a Moby no se liga nada. Ni siquiera te invitan a cerveza. Sólo consigues que se enfaden contigo cuando tratas de explicar: "no, verás, si es que yo no..."

martes, 19 de febrero de 2008

Canción del día: "Butcher´s Tale (Western Front 1914)" (The Zombies)

Obsesión. Eso es lo que tengo últimamente con esta canción, y en general con el álbum completo del que esta canción sale, el maravillosísimo "Odessey And Oracle". ¿Obsesión? ¿No es una palabra un poco fuerte? Pues no, y como no me gustaría pensar que soy un tarado, quiero imaginar más bien que todos aquéllos que como yo sean melómanos en grado X (donde "X" tiende a infinito) saben de qué les hablo, y si no, no se preocupen, que yo se lo explico: hablo de cuando no te puedes sacar una melodía de la cabeza, de cuando te descubres a solas tarareándola en voz baja, de cuando rumias la letra una y otra vez, y lo más preocupante: de cuando te despiertas de un sueño profundo en mitad de la noche y lo primero que te viene a la mente es, de nuevo, esa música... ¿Les va sonando? ¿No? ¿Sí? Ah, buf, menos mal, qué alivio. Ya empezaba a creer que yo era un poco raro...

Canción peculiar la que nos ocupa hoy, amigos míos, que sólo podemos intentar describir como "pop medieval", y que, narrando la historia de un combatiente en la I Guerra Mundial, constituye una de las mejores y más directas descripciones de los horrores de la guerra que hemos tenido ocasión de tropezarnos jamás. No me resisto a la tentación de reproducir la letra en su integridad. Pásmense:

A butcher, yes that was my trade
But the king's shilling is now my fee
A butcher I may as well have stayed
For the slaughter that I see
And the preacher in his pulpit
Sermon: "Go and fight, do what is right"
But he don't have to hear these guns
And I'll bet he sleeps at night

And I
And I can't stop shaking
My hands won't stop shaking
My arms won't stop shaking
My mind won't stop shaking
I want to go home
Please let me go home
Go home

And I have seen a friend of mine
Hang on the wire like some rag toy
Then in the heat the flies come down
And cover up the boy
And the flies come down in Gommecourt,
Thiepval, Mametz Wood, and French Verdun
If the preacher he could see those flies
Wouldn't preach for the sound of guns

And I
And I can't stop shaking
My hands won't stop shaking
My arms won't stop shaking
My mind won't stop shaking
I want to go home
Please let me go home
Go home

No hace falta que les explique nada, ¿verdad? Sólo añadiremos dos notas laudatorias más para la belleza de la música que acompaña a esta letra, y para esa voz... ¡esa voz!

...Y ya que estamos, gracias sean dadas a quien corresponda -¿al Altísimo?- por este pedazo de álbum -repetimos, este "Odessey And Oracle"- que, debo admitir, no he descubierto hasta hace muy poco, lo cual en el fondo me encanta: ¿toda una vida como comprador de discos y aún quedan clásicos como este que no he oído? Eso da esperanzas, queridísimos lectores: siempre nos quedarán tesoros ocultos por desenterrar. Y miren que ya tenía referencias, ¿eh? Que si álbum mítico por aquí, que si disco de culto por allá, que si clásico desconocido por acullá... Y todo, todo, pero todito lo (bueno) que me habían dicho era cierto, amigos. Qué discazo. Oírlo y quedar prendado es todo uno, y a continuación viene el estupor: ¿cómo es que los Zombies se han quedado en ese status de grupo-sólo-para-enterados? Inexplicable, porque por si nunca habían oído hablar de él, lo que tenemos aquí entre manos es una obra maestra absoluta a la altura del "Forever Changes" de Love o del "Pet Sounds" de los Beach Boys, y desde luego, en un uno-contra-uno canción por canción, queda muy por encima del "Sgt. Pepper´s" de los Beatles. Así, como lo oyen. De hecho, estos tres nombres son los primeros que vienen a la mente al escucharlo, y si no reciben una soberana paliza a manos de los Zombies, tampoco salen muy bien parados: se diría que los Zombies tienen melodías tan fantásticas como las de los Beatles, pero sin caer nunca en la (por otra parte bendita) obviedad que lastra alguna que otra canción de estos últimos; que tienen arreglos tan buenos como los de los Beach Boys, pero sin el exceso de azúcar que a veces empalaga en las visiones de Brian Wilson; que comparten la querencia psicodélica de Love, pero sin el filo paranoide y malrollista que en ocasiones nos asusta en los angelinos. Es decir: ¿algo que nos recuerda a mogollón de grupos que nos encantan, pero además en versión corregida-y-aumentada? Esto... ¡Albricias!

Pues eso, señores (y señoras, eh), que así es como se explican los números que vengo montando últimamente por la calle en esta ciudad tan civilizada, echándome unos pasejos de baile cuando el estribillo de "Brief Candles" atruena por los auriculares de mi iPod, cantando a voz en cuello -es que se me escapa, se los juro- ese precioso "Friends Of Mine" (todos juntos: "it feels so good to know two people so in love, SOOO IN LOOOVE") o dejando escapar una lagrimilla con "Hung Up On A Dream" (dos cosas sobre esta canción: 1) ¿por qué no figura en TODAS las antologías del pop habidas y por haber, eh, vamos a ver?, y 2) ya hemos mencionado antes "esa voz" -la de Colin Blunstone- pero es que cuando le oímos cantar "sometimes I think I´ll never find" se nos antoja que no hemos oído nada más bello en esta vida). Háganse con él, pero ya.

lunes, 11 de febrero de 2008

Canción del día: "The Love You Save (May Be Your Own)" (Joe Tex)

Pues, señoras y señores, una vez más le tenemos que agradecer a don Quentin Tarantino no sólo que nos haya ofrecido una estupenda película -en este caso "Death Proof". Bueno, para ser sinceros, supongo que estupenda, porque la he visto en versión original sin subtítulos y de los frenéticos diálogos debo haber pillado un 12% siendo optimista-, sino que dicha película venga acompañada de banda sonora molona en la que SIEMPRE nos descubre alguna joya oculta de la historia del pop. (Dicho sea de paso, el señor Tarantino hace tiempo que tiene otro ilustre colega que nos viene deparando las mismas alegrías en cuanto a packs completos de peli gozosa + banda sonora increíble. ¿Adivinan de quién hablamos? Sí señor, de Wes Anderson.)

Y de la BSO de "Death Proof", aparte de bombazos como el "Down In Mexico" de los Coasters, nos quedamos con esta maravilla en forma de balada soul, extraída con dolor de la prodigiosa garganta de Joe Tex: una exhortación a aferrarnos al amor como tabla de salvación posible y a nuestro alcance por puta, dura y miserable que sea nuestra vida; y a no ahorrar esfuerzos por salvar lo poco que de él nos pueda quedar porque, como dice la letra, "the love that you save today may very well be your own". Nada más importa. Piensen en ello.

sábado, 9 de febrero de 2008

The Charlatans

(Titulamos este post "The Charlatans" igual que nuestro buen amigo Artur Estrada dice, cuando hace mucho frío: "Vaya, parece que hoy tocan The Rascals".)

Lo prometido es deuda, dicen, así que allá vamos. ¿No les había yo prometido hace poco que hablaríamos de este tema? Bueno, “hace poco”, es un decir: es que, verán, he andado bastante liado con todo el tema de nuestra mudanza –para los que no sean lectores habituales de esta cosa, les recordamos que Bonnie y yo nos hemos ido recientemente de Madrid a Ginebra por causas laborales y porque nos ha dado la real gana-, y oigan, que a uno, metido en su cómoda rutina de siempre, se le olvida lo difíciles y hasta estresantes que pueden llegar a ser estas cosas. Ponte a buscar casa –un piso decente con un alquiler que puedas permitirte, y no son precisamente bajos los alquileres en esta ciudad en la que la vivienda es un bien tan escaso que empieza a ser un auténtico lujo no al alcance de todo el mundo-, amuéblala –bendito Ikea-, entérate de cómo se pagan las facturas de la luz, el agua, el gas y el teléfono en un país cuyo idioma no hablas –sencillo: “erm, estooo, parlez-vous Anglais? Ou Espagnol? Eh?”-, y suma y sigue… En fin, un rollo. Pero vamos, que ya estamos instalados, ¿eh?, así que de ahora en adelante intentaré hacerles más caso, pobres, que sé que les he tenido pelín dejados últimamente. No se me quejen, que ha sido por mi bien, hombre: quizá algún día, no lo sé, me tenga que arrepentir de este paso, pero por el momento no se pueden figurar lo contento que estoy de haber salido de ese Madrid que me estaba quitando la vida. Cuánto me gusta mi ciudad, y qué difícil puede llegar a ser vivir en ella… Sí, claro que lo malo del cambio es que mi familia y amigos se quedan en Madrid, pero es que si empezamos con obviedades, mejor lo dejamos, ¿no les parece? No, claro, me pongo como me pongo, pero si para una cosa que me duele me la van a estar restregando… ¿O acaso les recuerdo yo a ustedes lo muy descuidados que tienen a esos mismos parientes y amigos que viven a media hora de ustedes y a los que no ven o llaman desde hace… cuánto? Pues eso. En fin, centrémonos y vamos a estar a lo que tenemos que estar. Decía, que intentaré tener este invento más actualizado ahora que ya estamos instalados. Bueno, y cuando encima nos pongan Internet en casa –lo tenemos pedido desde hace un mes, parafraseando la frase popular diríamos que “las cosas de palacio en Suiza van despacio”-, eso ya va a ser un frenesí. ¿Pero cómo? ¿Otra vez por los cerros de Úbeda? ¡Malo! ¡Caca! ¡Caca! En fin, centrémonos one more time.

El caso es que no hace mucho que me sorprendí echando de menos uno de esos oficios que al parecer tienen los días contados, a la chita callando –qué ironía- y sin que a nadie le importe demasiado: el de los charlatanes. Sí, hombre, ya saben a lo que me refiero: esos vendedores ambulantes que nos colocan sus mercancías a fuerza de pura labia, de loar las virtudes reales o imaginarias de sus productos ejecutando mil y una acrobacias verbales de gran riesgo. Recuerdo que en mi infancia había cierta abundancia de ellos –de hecho eran, por ejemplo, un personaje bastante habitual en las historietas de “La Familia Ulises” que el muy enorme Benejam publicaba en la revista “TBO”-, pero ahora, ¿dónde están? Yo los veía por la calle, paseando con mi madre o con mi abuela, y me quedaba pasmado ante esa torrencial verborrea plagadita de lugares comunes que sin embargo sonaban fascinantes a los oídos de un público sencillo/humilde, y no les digo ya a los oídos de un niño.

Hoy en día están en franco retroceso –al menos en Madrid, quién sabe si en los mercados o ferias de los pueblos…-, pero aún quedan unos cuantos ejemplares en acción, y aún me siguen fascinando. Sin ir más lejos, hace sólo cuatro o cinco meses que le compré a uno de ellos un curioso aparatejo de cocina multiuso –pelador-rallador-cortador-todo-en-uno, multiuso, ya digo- hecho de genuino plasticazo rojo, que en mi casa hemos acabado llamando El Patatator –pronúnciese “patatéitor”- porque lo usamos fundamentalmente para cortar patatas. Realmente el cacharro ha resultado ser utilísimo, pero yo no lo compré por eso. Yo lo compré sulibellado por la labia de uno de esos auténticos entertainers de la venta callejera, un hombre espectáculo, qué digo, un Sinatra de la buhonería: el tipo hablaba y hablaba sin parar, explicaba cómo y para qué usar todas y cada una de las funciones del mundialmente famoso “Super Set Cucina” –así se llama, de verdad, me he levantado para ir a verlo-, contaba chistes, interpelaba a su público y bromeaba con él, contestaba a las preguntas que le hacían; y todo ello mientras a toda pastilla pelaba, cortaba, troceaba, picaba, ¡trepanaba, vive Dios! toneladas de frutas y verduras para demostrarnos lo que todos podríamos hacer una vez hubiéramos adquirido el trasto de marras al módico precio de doce eurillos… que yo aflojé sin poder evitarlo, boquiabierto ante el arte del personaje en cuestión. Si ustedes quieren verle en acción, “actúa” todos los domingos por la mañana en la esquina de la Ronda de Toledo con la Glorieta de Embajadores, en pleno límite fronterizo del Rastro madrileño.

Claro que el Rastro siempre ha sido un ecosistema muy propicio para el florecimiento de este tipo de fauna urbana. Del mismo Rastro recuerdo con cariño momentos memorables como el de aquélla vendedora gitana de ropa, pregonando (ojito al inenarrable slogan): “¡Pantalones! ¡Faldas, blusas, chaquetas! ¡Nenas: El Corte Inglés sin ascensor!”. Ahí es nada. O aquél señor de bigote, que vendía el exprimidor más sencillo del mundo, del que quizá se acuerden y hasta puede que lo hayan tenido en casa –yo lo he visto en muchas-: consistía en una especie de rulo hueco rematado por un extremo en un vertedor similar al pico de una jarra. El funcionamiento era bien simple: se atornillaba a mano el rulo en el interior de una naranja o limón, y luego ya sólo había que apretar con fuerza para que el zumo se derramase por el vertedor hacia un vaso. Ya lo ven, el cacharro no podía ser más simple, lo cual no fue obstáculo para que ese maravilloso charlatán diese una de las chapas más alucinantes que he oído en mi vida, y demostración palmaria por tanto de la auténtica esencia del arte de la charlatanería: lo importante no es lo que se vende, sino lo que se dice, y cómo se dice, sobre lo que se vende. En serio: debe hacer por lo menos veinticinco años de aquéllo, y sin embargo aún recuerdo perfectamente a ese señor con un limón en la mano –no era tiempo de naranjas, era verano-, haciendo una demostración práctica del invento y diciendo (las señales de admiración y las cursivas son por supuesto todas mías): “…y el zumo surge a chorro (!), puro (!!), cristalino (!!!), fresco –si es que el fruto ha estado antes en la nevera…”. ¡Fresco si es que el fruto ha estado antes en la nevera! ¡Olé, olé y olé! ¿Era ese tío o no era un artista? Dos de aquéllos exprimidores le compró mi abuela, dos, por salao. Y mi madre todavía se parte cada vez que se acuerda de aquél momento, al igual que mis tíos: aunque ellos no estuvieron presentes, el discurso de este charlatán en particular, relatado por nosotros miles de veces, hace mucho que pasó a formar parte del folklore familiar.

Hasta aquí, de la charlatanería como oficio. Pero también se podría hablar de la charlatanería como cualidad, y esta nos gusta mucho encontrarla entre según qué mendigos que se toman su condición con mucho más sentido del humor del que cabría esperar. Recuerdo a aquél chaval que pedía “una ayuda” en el Metro de Madrid, y al ver que ninguno de los presentes estábamos por la labor de darle unas monedas, aclaró: “¡Acepto Visa, American Express, MasterCard y cheques de viaje!”. O a aquél señor en la Plaza de los Cubos con un cartel que decía (las mayúsculas son suyas): “NO le dé limosnas a cualquiera. Déle a MATÍAS, su pobre de confianza. MATÍAS, SU POBRE DEL BARRIO”. Pobres sí, de solemnidad. Cachondos mentales, también, y con capacidad de dar lecciones de humor a más de uno y de dos.

Y por último, no queremos dejar de mencionar que la charlatanería tiene también grandes practicantes en el mundo del pequeño comercio, como quedó patente en nuestro último post. Señores, que no desaparezcan. La vida es más divertida con charlatanes.


Dedicado, con todo mi cariño, a mi abuela Vicenta, + 30/01/08. DEP. Te queremos, abuela.