lunes, 28 de mayo de 2007

Encuentros casuales, piropos sentidos y otras timideces

Haciendo cola el otro día frente a la taquilla de la Filmoteca Nacional me di cuenta de sopetón de que el señor hasta ese momento perfectamente anónimo que tenía justo delante era nada menos que el grandísimo don Javier Gurruchaga. Y en aquél momento... me venció la timidez. Cosa rara en mí, porque -muy para desgracia de mi sufridora novia- normalmente, si me encuentro a algún artista a quien verdaderamente admire, suelo ir a su encuentro para decirle cuánto me gusta lo que ha hecho. No sé, uno piensa que si estuviera en su lugar -el de ellos- a mí también me gustaría que se me acercaran y me lo dijeran, siempre y cuando el cumplido fuese sincero, claro está. Y que tuviese algo de miga. No sé, se me ocurre que no se me pasaría por la cabeza acercarme a Raquel Meroño y decirle: "oiga, el otro día la vi en "Dagon" y ¡hay que ver lo buenísima que está usted en cueros, señora mía!". Pero, si me encontrase con Santiago Valenzuela, sí caería simbólicamente de rodillas y le gritaría: "¡Maestro! ¡Siga usted publicando cómics muchos años, se lo ruego!". También habría que verse en la situación, claro: lo primero -lo de Raquel Meroño- no me ha pasado. Lo segundo, sí.

(También es cierto que el tema de los cumplidos puede malinterpretarse: hace poco que tuve ocasión de hablar por teléfono un minutito corto con Chris Leo -ex-The Van Pelt- y se me ocurrió darle las gracias por haber escrito una canción maravillosa, "The Speeding Train". Cosas de la comunicación a distancia y el no poder verse las caras, pero me cuentan que por lo visto el amigo Leo interpretó mis palabras como: "en tu vida has escrito UNA canción maravillosa". No, hombre, no, han sido muchas, y yo lo que quería en realidad decirle es que ESA canción en particular la llevo muy dentro.)

...Si es que enseguida pierdo el hilo. Centrémonos: me encontré en la cola de la Filmoteca con el Sr. Javier Gurruchaga, y no me atreví a decirle nada. Y como no me atreví entonces, pues lo hago ahora aunque posiblemente él nunca llegará a leer estas palabras. Y lo que le digo es que si en aquél momento, oh osado de mí, le hubiese podido dirigir la palabra, le hubiese dado las gracias por tres motivos: gracias por todos los estupendos ratos que he pasado en mi vida escuchando a la Orquesta Mondragón (se lo creerán o no, pero cuando yo era muy pequeño, para mí había dos grupos de música en el mundo: uno eran los Beatles y otro la Mondragón). Gracias porque ante quien haga falta defenderé siempre que "Bon Voyage" (EMI-Odeón, 1980; sí, el de "Viaje con nosotros") es uno de los mejores discos de la historia del pop español. Y por último, gracias porque fue a raíz de una entrevista que le hicieron -y en la que lo mencionaba- que llegué a leer un libro fantástico, "Babbitt", del señor Sinclair Lewis. (¿Que por qué le hice caso? Está claro, amigos: un lector de Capote no puede tener mal gusto...)

(Y por si a alguno de ustedes le da curiosidad, la película que vimos ese día fue la preciosa -y bastante bizarra- "La Belle et la Bête" de Jean Cocteau. Cuando al acabar la peli nos levantamos -mi novia y yo- de nuestras butacas la gente nos aplaudía, porque pensaban que éramos los protagonistas.)

domingo, 27 de mayo de 2007

De objetos perdidos

Hallábame yo hoy en plena fiebre de limpieza de mi hogar -mi homicidio particular-, y entre todos los papelotes que iban a parar a la basura, ha aparecido este poema, obra del señor J. Antonio Muñoz Rojas, que por supuesto me he apresurado a rescatar de la quema y cuyo texto reproduzco íntegro a continuación para disfrute de todos ustedes:

Señor que me has perdido las gafas,
¿por qué no me las encuentras?
Me paso la vida buscándomelas
y tú siempre perdiéndomelas,
¿me has traído al mundo para esto,
para pasarme la vida buscando unas gafas
que están siempre perdiéndoseme?
Para que aparezca este tonto
que está siempre perdiendo sus gafas,
porque tú eres, Señor, el que me las pierdes
y me haces ir por la vida a trompicones,
y nos das los ojos y nos pierdes las gafas,
y así vamos por el mundo con unas gafas
que nos pierdes y unos ojos que nos das,
dando trompicones, buscando unas gafas
que nos pierdes y unos ojos que no nos sirven.
Y no vemos. Señor, no vemos,
no vemos Señor.

Por supuesto, cualquiera de ustedes que sea cuatro-ojos como yo sabe bien de lo que habla el señor Muñoz Rojas: ese momento en que uno ha extraviado sus lupas y no puede encontrarlas porque, por supuesto, sin ellas... pues no ve nada. Pero obviamente hay más capas de lectura, y por eso este poema, señoras y señores, nos gusta tanto. Pelando la cebolla uno acaba llorando, y aquí nos pasa lo mismo: vamos ahondando desde la anécdota trivial hasta la desolación absoluta de ir por la existencia a tientas sin entender nada de lo que está pasando a nuestro alrededor. Y encima, contado con retranca. Fuera sombreros.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Canción del día: "Paris 1919" (John Cale)

Hoy me extiendo poco: la verdad es que nunca hemos sido demasiado fans (por no decir nada) de la música de John Cale. (No incluimos aquí, por supuesto, su época Velvet Underground, y es que Lou Reed-John Cale eran claramente un equipo ganador, de la misma forma en que lo fueron Lennon y McCartney, o Morrissey y Johnny Marr, o Tom Verlaine y Richard Lloyd: dos músicos que se complementan muy bien uno al otro, y que por separado también funcionan, pero... mecachis, falta saborcillo -cuando no, directamente, se esfuma toda la magia). Lo cual no quita, por supuesto, para que a lo largo de todos estos años no nos haya dejado alguna que otra perla. Bueno, pues de entre sus perlas, ésta es la más gorda de todas, la que va en el centro del collar: un monumento de pop barroco con orquesta de cuerda y tono de himno para corear en voz muy alta ese estribillo -"You´re a ghost, la-lala-lala-lala-lala"-, pero no con las venas del cuello gordas y sí con los ojillos llenos de lágrimas que no llegan a rebosar, con los cabellos erizados por tanta belleza desde el primer golpe de violonchelo. No digo más: encuéntrenla en "Paris 1919" (el álbum) o en "Close Watch" (recopilatorio de la serie "An Introduction To..." del sello Island).

sábado, 19 de mayo de 2007

"El Zurdo", o La Mode (y 2)

...Miren, ya sé que a veces me pongo pesadito: "oiga, que ya nos estuvo ayer dando la chapa con lo de La Mode y tal, y ahora ¿vuelve de nuevo a la carga?" Pues sí, pero es que estoy en pleno revival doméstico con "El eterno femenino", y no puedo parar. Tranquilos, que va a ser breve y ni siquiera voy a hablar yo, sino que voy a cederle este espacio a las palabras de Fernando Márquez "El Zurdo". Ya les dije ayer que este hombre es un poeta, ¿no? ¡Canciones tecno-pop con aroma a Generación del 27! ¿A que les gustó la letra que les reproduje ayer, eh? Pues si con eso no se terminaron de convencer, agárrense, que les copio a continuación la letra íntegra de otra de sus canciones, "El único juego en la ciudad":

"Déjame entrar en tu juego:
la ciudad es un tablero,
la partida se celebra
casi siempre por la noche.

Y el premio todos sabemos cuál es.
El premio eres tú."

No creo que se pueda decir mejor en menos palabras. O si no, les escribo a continuación un trocito de la letra de "Mi dulce geisha": pasamos en la misma estrofa de la coñita intrascendente...

"Ella, a veces, me habla
si estamos en la cama
de sus paseos infantiles
bajo el Fujiyama"

...al fogonazo, la visión, la revelación más lúcida del futuro del mundo (¡recordemos, señores, que estábamos en mil-novecientos-ochenta-y-dos!), eso sí, dejándola caer como quien no quiere la cosa:

"...también me habla de lindos
robots de bolsillo
que regirán Occidente
con un nuevo brillo."

Queda dicho, damas y caballeros: no le conocemos personalmente, pero si lo hiciéramos, sospechamos que del señor Fernando Márquez nos gustarían hasta los andares. Si es que hasta nos gusta el apodo, por Dios bendito, "El Zurdo": eso no suena a estrella del rock, qué va, mucho mejor, suena a pintor barroco español.

viernes, 18 de mayo de 2007

Canción del día: "El eterno femenino" (La Mode)

Corría el año 1982 y esa cosa que quizá nunca existió y que por convenio hemos dado en llamar "la Movida madrileña" estaba en pleno apogeo. Grupo inclasificable publica disco inclasificable y nadie -bueno, muy poca gente- hace caso. Y así, a la chita callando, ha nacido una de las grandes cumbres de la historia del pop en español, el LP "El eterno femenino" de La Mode: música electrónica de altos vuelos y letras de aura intelectual(illa) para paladares exquisitos, en la misma época en que synth-pop en español significaba mayormente, ejem, Azul Y Negro (¿se acuerdan?: "mestoyvolviendoloco-mestoyvolviendoloco", padre, aparta de mí este cáliz).

Dice el saber popular que el tiempo pone todas las cosas en su sitio, pero el saber popular, a veces, también se equivoca, verbigracia: si bien es de justicia que veinticinco años después nadie se acuerde, por seguir con el mismo ejemplo, de los dichosos Azul Y Negro, sólo cabría calificar de infamia histórica que nadie se acuerde tampoco de La Mode. Sobre todo cuando se ha rebuscado en los baúles de la Movida para rescatar, con el pretexto de la puñetera nostalgia (cualquier tiempo pasado fue mejor, etcétera), hasta las cosas que mejor hubieran permanecido allí, bien ocultas, fermentando para siempre entre bolitas de Polil. Cabe, pues, preguntarse por qué el tiempo o el recuerdo han tratado a algunas bandas de aquélla época con mejor fortuna que a otras, a veces sin una justificación demasiado clara. Se nos ocurre: vale que tanto Nacha Pop como Gabinete Caligari molaban mucho. Pero es que Gabinete Caligari molaron mucho durante mucho más tiempo que Nacha Pop. Y si no, acuérdense: más o menos en la misma época en que Nacha Pop hacían "Chica de ayer", Gabinete Caligari hacían "Cuatro rosas". Empate técnico. Pero avancemos cinco o seis años y veremos que cuando Nacha Pop practicaban el tocomocho con engendros como "Vístete" (¡aaargh!), Gabinete Caligari publicaban "Camino Soria". Victoria por goleada apabullante para el Sr. Urrutia y sus secuaces, y exigimos desde ya un monumento al lado de Las Ventas con una copia en oro de "Camino Soria" sobre un pedestal de mármol. ¿A que parece claro? Pues hagan la prueba: hoy en día declararse fan de Nacha Pop es sinónimo de cool y buen gusto, pero nadie en su sano juicio confesaría en público su devoción por los Gabinete si no quiere verse condenado al ostracismo. "Qué humanidad", como decía el amigo Benny Moré.

¿Lo ven? Ya estoy, como siempre, extendiéndome en demasía. Intentaremos explicarlo en pocas palabras, las mismas que bastarían a un buen entendedor: si ustedes ya conocen a La Mode, ya saben de lo que estoy hablando. Y si no, les sugiero, les conmino, les ruego, les imploro que por la vía que sea se hagan con este disco. Cómprenlo, bájenselo de Internet, hagan que un amigo se lo grabe, róbenlo en una tienda si es necesario, voto a bríos, pero no se queden sin oír esto. Para que se hagan una idea, este disco es la única razón por la que yo, aficionado a las listas como (casi) cualquier melómano enfermizo, me he negado siempre sin embargo a leer cualquier publicación que nos prometa, por ejemplo, "conoce los 100 mejores discos de la historia del pop EN ESPAÑOL". Y ello se debe, simplemente, a que sé que si en el número 1 de cualquiera de esas malditas listas no aparece "El eterno femenino", me voy a enfadar mucho. Dicho lo cual, nada más, salvo que no me resisto a reproducir a continuación la letra de la canción que daba título al álbum, obra, como todas las de La Mode, del grandísimo Fernando Márquez "El Zurdo", un poeta en mayúsculas y uno de esos cantantes que cantan bien-mal que tanto nos gustan:

"Mitos, mujeres, galgos y ciudades,
musas, pintores, gatos y novelas,
reinas, banqueras, hadas y estudiantes,
discos, estrellas, robots y japonesas

tienen ese algo misterioso
que daba miedo a Leonardo y a Amiel,
que sólo las minorías entienden,
que hizo a Warhol esposo de su cassette.

Sintes, hoteles, hormigas y serpientes,
indios, muñecas, películas y vídeos,
cómics, revistas, literas en los trenes,
electrodomésticos y cajas de ritmo

tienen ese algo misterioso..."

Qué ELEGANCIA, Dios mío...

domingo, 13 de mayo de 2007

Los Planetas: "Encuentros con entidades"...

...o "de la complejidad de las relaciones entre el artista y su público".

Creo que descubrí a Los Planetas antes que la inmensa mayoría de sus actuales fans. De hecho, lo hice en un concierto en Madrid -creo que fue el primero que dieron aquí- cuando todavía no habían siquiera sacado su primer disco (aún tardarían un año largo). No se trata de fardar y decir "yo estuve allí antes", es sólo que, como se suele decir, estuve en el lugar y en el momento apropiados, "apropiados" porque les hice míos, porque el enamoramiento fue inmediato. Por eso me hizo tanta ilusión cuando finalmente salió "Super 8" y por eso les fui siguiendo la pista con "Pop". Pero es que lo gordo aún estaba por venir, hasta que inesperadamente dieron el estirón y entregaron aquél monumento titulado "Una semana en el motor de un autobús". Y ahí sí que ya fueron palabras mayores, señoras y señores. Ésa y no otra fue la primera gran obra maestra musical que daba un grupo de nuestra generación, algo con lo que todos podíamos identificarnos porque habíamos estado allí desde su mismo nacimiento. Y así quedamos todos, rendidos y babeantes ante tal demostración de poderío, a la espera ansiosa de su siguiente paso: ¿con qué nos sorprenderían esta vez? La respuesta fue "Unidad de desplazamiento", y la decepción, mayúscula. "¿Por qué, oh, por qué?", nos lamentábamos. "¿Dónde nos hemos equivocado?" A pesar de ello, seguimos escuchando los nuevos discos cuando iban saliendo ("Encuentros con entidades", "Contra la ley de la gravedad"), pero ya nunca fue lo mismo. Fue... diferente. Ellos eran diferentes, maldita sea. Y así llegamos hasta el día de hoy, hasta el último concierto del grupo en Madrid hace pocas semanas, donde un conocido se seguía lamentando: "A mí me gustaban más las canciones del principio". Parece como si ya hubiéramos desesperado de que Los Planetas volviesen a sacar otro gran disco...

Imagino que la mayoría de ustedes, si no todos, han podido comprobar cómo en muchas ocasiones las personas que tienen mayor capacidad de sacarnos de quicio son precisamente aquéllas a las que más queremos o que más nos importan. Y habrán oído mil veces que del amor al odio hay sólo un paso -de esto tratan precisamente muchas de las mejores canciones de Los Planetas-, o también -lo cual no es más que la conclusión lógica, si bien llevada al extremo, de lo anterior- que cuando se produce un homicidio las pesquisas policiales se centran al menos de entrada en los parientes y amigos del finado, que son siempre a priori los más sospechosos. Dicho de otro modo: esos individuos a los que no conocemos de nada o con los que mantenemos una relación muy superficial -el kiosquero, el borracho que canta flamenco ahí al fondo de la barra del bar o ese compañero de trabajo pelín freakie con el que sólo coincidimos ocasionalmente al lado de la máquina de café- pueden divertirnos, extrañarnos o hasta cabrearnos, pero en el fondo nos dan del todo igual. En cambio nuestra madre, nuestra novia o nuestro mejor amigo pueden, con una sola palabra y hasta con la omisión de la misma, exasperarnos y despertar nuestros peores instintos.

Supongo que ello se debe precisamente a que les queremos. ¿Tal como son? Y una leche, no existe tal cosa: nunca se quiere a nadie tal como es, y con eso nos toca lidiar. Al final, resulta que ese cariño consiste entre otros ingredientes en muchas pequeñas -y grandes- renuncias. Les queremos no sólo por sus virtudes, sino también a pesar de sus defectos. Nadie es perfecto, y a pesar de que lo sabemos, somos tan tontos que no sólo les queremos por lo que son, sino también por lo que queremos que sean. Y he aquí el gran escollo: nuestros seres más queridos tienen esa tendencia irritante a decepcionarnos o a no estar a la altura de nuestras expectivas, lo cual, obviamente, no es culpa suya, sino nuestra y sólo nuestra. ¿Cómo van a poder competir con nuestras expectativas? ¿Cómo van a poder estar a la altura de lo que sólo está dentro de nuestras cabezas?

Lo curioso del tema es que esa relación tan visceral se establezca no sólo con nuestros seres más cercanos, sino también con los artistas que más nos gustan. Mientras todo sigue siendo de nuestro agrado, el idilio es casi mágico. Pero ay de ellos como saquen un disco -ya, ya sé que el término "artista" es mucho más amplio, pero en este momento pienso en música- que no nos guste: en ese momento no es que nos compremos el disco o no, ni que vayamos a su siguiente concierto o no. Es que nos enfadamos, y mucho. Nos sentimos, sí, traicionados. Y al margen de que semejante actitud carezca por completo de toda lógica -¿cómo va a traicionarnos alguien a quien no conocemos de nada?-, nos encontramos de nuevo en el razonamiento ya expuesto más arriba. No han estado a la altura, piensa uno muy molesto. Vale. ¿Y a quién hay que culpar?

Es como cuando nos reencontramos con esos amigos muy cercanos pero a los que por circunstancias de la vida -viven en otra ciudad, tienen hijos o trabajos complicados de esos que anulan la vida social- sólo vemos muy de tarde en tarde. Al principio, algo chirría. Sabemos que luego se romperá el hielo de nuevo y todo será como antes, pero entretanto hay un cierto sentimiento de extrañeza imposible de negar. Al fin y al cabo no les vemos desde hace, por ejemplo, dos años, y por mucho que hayamos intentado mantener el contacto, nuestra relación se basa entretanto en mantener el buen recuerdo que de ellos tenemos, sin tener en cuenta que en ese intermedio el sol se ha levantado y puesto más de setecientas veces, y a ellos les han pasado tantas cosas que son imposibles de explicar, cosas en cuyo desarrollo uno no ha estado presente. Pues con nuestros grupos favoritos, es lo mismo: nos acercamos emocionados a la tienda cuando sale el nuevo disco de X, y luego nos sentimos extrañados, tristes, porque lo que resuena en nuestros altavoces no es lo que esperábamos, no es lo que creíamos que iba a ser, no les recordábamos así. Lo que falla aquí, claro, es que no tenemos en cuenta que X no es un todo compacto, un ente abstracto, sino un conjunto compuesto por un número indeterminado de señores/as a los que en ese lapso de tiempo también les han sucedido cosas, lo cual necesariamente ha de afectar a su música (y a sus matrimonios, y a la forma en la que untan la mantequilla sobre las tostadas...).

A mayores, parece también cierto que en esta vida en la que todo va rápido-rápido-rápido nos formamos casi siempre nuestras opiniones a la velocidad del rayo y, como las prisas son malas consejeras, caemos en garrafales errores de juicio. Hay poco lugar para las segundas oportunidades: queremos satisfacción inmediata, lo demás no vale. Lo que nos conduce a la siempre peliaguda cuestión de los artistas que maduran a un ritmo distinto al de su público, y eso que muchas veces se trata sólo de saber esperar. Pienso en el ejemplo de R.E.M.: encontrarán ustedes pocas personas en el mundo que hayan sido tan fans de esta banda como yo, a pesar de lo cual, cada vez que sacaban un nuevo disco, se cumplía infaliblemente la regla de oro: no me gustaba. El disco nuevo nunca me gustaba. Lo bueno era que yo ya me lo sabía, sabía que sólo era cuestión de tiempo, con lo que bastaba con dejar el susodicho disco reposando en una estantería. Tampoco fallaba: dos años más tarde, y sacudiéndole un poco de encima las pelusas, aquél disco que tanto me horrorizó ahora me sulibellaba. (Hablo en tiempo pasado porque, aunque ya han pasado más de dos años, lo de "Around The Sun" sigue sin haber por dónde cogerlo. Lo siento, amigos Buck, Mills y Stipe. Haber elegido "susto".)

...Y con todo ello sólo quería intentar explicar, en demasiadas palabras, que el otro día regalé a mi novia el "Encuentros con entidades" de Los Planetas, uno de esos discos que en su día no me compré porque no me gustó (lo hice porque contiene su canción-Planetas favorita: "Pesadilla en el parque de atracciones"). Y que cuando esta mañana me lo ha puesto, he flipado muchísimo y me ha apenado no haber sabido valorarlo en su momento. Y que mi canción del día es "Corrientes circulares en el tiempo", una madeja que J va deshilvanando lento pero seguro hasta que estás liado en una melodía de ésas que nadie sabe cantar como él. Y que, por lo mismo y a pesar de los pesares, J es un excelente cantante, en el mismo sentido en que puedan serlo, por ejemplo, Bob Dylan o Nico (toma ya). Y que, parafraseando a Raphael, estuve (muy) equivocado: yo quería la épica inmediata de "Segundo premio", y me daban la épica psicodélica de "San Juan de la Cruz", y no supe apreciarlo porque me gustaban las rayas y los cuadros, pero no me veía yo con espirales. Yo quería pasar otra semana, y otra, y otra, en el motor del mismo autobús, y ellos ya habían cambiado al transporte aéreo, y yo no quise montarme porque me mareaba. Como un niño pequeño que no quiere probar las ostras, porque ya sabe que le gustan los spaghetti y ¿qué pasará si los nuevos sabores no le gustan tanto? Y ahora, sólo quiero terminar esto rápido para poder repetir. Y además, que (no lo he dicho al principio) ese reciente concierto en Madrid fue muy, muy grande. Sirva todo ello como desagravio y agradecimiento (tardío) a J y compañía por tantos enormes momentos, y que sigan rondando nuestras vidas por muchos años.

sábado, 12 de mayo de 2007

"Alself me to introlow myduce..."

Damas y caballeros:

...Erm, ¿saben aquél que dice...? No, no, por aquí no iremos bien, yo jamás he sabido contar chistes. Mejor vamos a probar en un tono más informal: hola, qué tal. Hace bueno, ¿eh? ...No, no, o sea, sí hace bueno hoy y aquí, sí, pero no parece el tono adecuado, ¿no creen? ...A ver, ¿y algo más, qué sé yo, solemne? Es para mí un placer, qué digo un placer, un honor, qué digo un honor, un privilegio...

Yyy bueno, miren, ya lo he encontrado: puesto que tengo que hacerles una gran revelación, casi mejor vamos a empezar esta cosa en estilo directamente sensacionalista y con una fórmula de eficacia sobradamente demostrada: "¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¿Es, acaso, Supermán?" ¡Ja! ¡Ya quisiera Supermán! ¡Mucho mejor que todo eso, amigos míos! "Hombre", se oye a un señor objetar, "pero si Supermán es el Hombre de Acero y..." Nada, nada, lo que tienen ustedes ante sí en este instante es, insisto, mucho mejor que Supermán, porque Supermán era un superhéroe de mentira y encima extraterrestre, y en cambio yo soy un autentico superhéroe patrio de verdad: señoras y señores, con ustedes... El Hombre Sentimental*.

"¿Pero qué sandeces dice usted, hombre de Dios? ¿Usted se ha visto?" -dice el señor del bisoñé en la tercera fila-. Sí, claro, pero como ya les veo venir he de pedirles que no se dejen engañar por las apariencias. Que de hecho no son sólo tales sino que corresponden a una realidad objetiva, la de ese oficinista madrileño treintañero, calvo, delgaducho y con gafas que soy. Pero es que esa es sólo una de mis identidades. Con los superhéroes es lo que pasa, al menos a la mayoría de nosotros -no cuento a los sosainas de Los Cuatro Fantásticos ni a la Patrulla X-, que tenemos una doble identidad, lo cual nos obliga a llevar una doble vida harto agotadora y llena de contradicciones. Piensen en el bueno de Peter Parker: de día, sufrido currante subcontratado en un periodicucho tendencioso, y de noche, como Spiderman, el patrullero más molón que jamás ideó el bendito Stan Lee. O en el amigo Bruce Wayne: de día, megamillonario play-boy y filántropo, y de noche, como Batman, justiciero vengativo, filo-goth y, así en general, pelín chungo. O si no el ejemplo más sangrante: Clark Kent, quien con esas gafas y ese caracolillo encima de la frente será eternamente incapaz de ligarse a Lois Lane, la misma mujer veleta a la que luego, enfundado en unas mallas azules y calzoncillos rojos por encima, trae a mal traer. (Ahora que me fijo, ¿se han parado ustedes a pensar alguna vez que los superhéroes son un poco como las drag-queens? De día, Gonzalo Pérez, funcionario juntapólizas en el Ministerio de Hacienda. De noche, La Pecados, embutida en un traje de lycra de diseño imposible y colores chillones.)

No, no se preocupen, a mí la lycra no me sienta nada bien, lo cual no quita para que mi propia doble vida sea igual de azarosa y contradictoria, aunque algo más de andar por casa: ahí me tienen, un tipo que jamás escucha la radio porque no le gusta y que sin embargo viene haciendo un programa de ídem desde hace ya no se sabe los años -"El Hombre Sentimental", todos los lunes de 21:00h a 22:00h en Onda Latina 87.6 FM Madrid, escúchennos también en www.ondalatina.es-; un tipo congénitamente incapacitado para el baile y que sin embargo ejerce esporádicamente de pinchadiscos en algún que otro selecto abrevadero nocturno con el único fin -confeso- de liarla lo más gorda posible; un tipo, en fin, que detesta Internet en general y los blogs en particular y que sin embargo se mete de patas en el charco que ahora mismo están leyendo.

"Bueno, ya está bien", se escucha una voz por ahí, "lleva usted ya cuatro párrafos largos y cansinos hablándonos de su supuesto superheroísmo y aún no ha aportado ninguna evidencia concluyente. Por ejemplo, a ver: ¿cuáles son concretamente sus superpoderes?" Ah, bueno, así me gusta: no son ustedes un público complaciente, ¿eh? Pues al grano: uno es, como ya les he explicado, un humilde oficinista treintañero, etcétera, de los que cada mañana y muy a su pesar se magrean con extraños en los transportes públicos de Madrid. Pero, ah amigos, cuando en esos trayectos en Metro/EMT uno se calza el discman para amenizar la melée, puede suceder que una canción dispare ese resorte escondido en las capas reptilianas de mi cerebro, y entonces la tranformación es total: en ese instante puedo trepar montañas sin bombona de oxígeno y atravesar océanos a nado, en ese instante me brillan los ojos y gano seis centímetros de altura (y ocho de perímetro torácico), en ese instante, en fin, soy más guapo, mejor persona y amo indiscriminadamente a mi prójimo. Y precisamente porque en ese momento me siento henchido de amor hacia mis semejantes me da mucha pena que ellos no puedan estar oyendo lo que yo oigo, experimentar la sensación que en ese momento me recorre en forma de descarga electroacústica. Y quiero compartir esa sensación con todos ellos, mirarles y, riendo, decir: "¡Eh! ¡Miren qué belleza!"

Y es así, queridísimos sufridores (¡por fin!, por fin llegamos al meollo de tanto millón de palabras, yo que habitualmente soy bastante parco en su uso) que nace este blog, para compartir con ustedes las cosas que a mí me hacen tan feliz, con la ilusión de que también ustedes encuentren en ellas un cachito de redención. El mecanismo es viejo como... como... bueno, muy viejo: seguro que todos ustedes tienen algún amigo pesadito de esos que están continuamente recomendándoles discos, libros, películas, pipas, chicles, caramelos, ¡hay bombón helado! Pues esto va a ser lo mismo, y por una razón muy sencilla: a muchas de las cosas que más me gustan en la vida no accedí porque yo sea un tío muy sesudo y lleno de sabiduría infusa, sino porque alguien -amigos, familiares, una joven que pasaba por allí- me dijo: "Seguro que esto te gustaría." Que el Señor les tenga por ello mil y mil veces en su más alta estima, y es que de tan simple que es la cosa, a uno puede llegar a escapársele el fondo del asunto: ¿se dan cuenta de lo grande que es lo que estoy diciendo? Cuando sus amigos hicieron eso con ustedes, cuando los míos lo hicieron conmigo, estaban compartiendo con nosotros su felicidad. Toma ya superpoder.

Dicho lo dicho, ni cien mil palabras más. Empezamos. Para bien (esperamos) o para mal, niños y niñas, les agradece su atención y les da su más cálida bienvenida a esto,


El Hombre Sentimental


P.D.: Y si por casualidad lo arriba expuesto no les parece suficiente prueba para calificarme como superhéroe, eso es porque no conocen a mi novia. Tremenda, oigan. El día que la vean podrán convenir conmigo en que sólo con superpoderes se puede explicar que una mujer así haya elegido estar con un tipo como yo. Vale, vale, ya está.


*con toda admiración y respeto al maestro Javier Marías.