miércoles, 25 de julio de 2007

Sólo faltan doce horas para el fin del mundo

Sólo faltan doce horas para el fin del mundo y parece mentira la pachorra que tiene la gente, si no no se explica que todos vayan así por la calle, como si nada fuera a pasar, hay que ver qué cuajo; si es que a estas alturas ya le da todo igual a todo el mundo; o será ésta manía que tenemos de fingir siempre que todo es correcto y normal, vamos anda; se indigna uno al pensar que hoy en día a nadie le gusta afrontar los hechos aunque los tenga delante de las narices, y menos si lo que se nos viene encima es así de gordo. Pues, ¿y asumir responsabilidades? ¡Huy, de eso ya ni hablemos! Pero ¿es que no queda nadie que tenga un poco de vergüenza? ¡Pero míralos! ¡Míralos! Claro que a buenas horas, los pobres, qué van a hacer… Bueno, también hay que tener en cuenta que casi nadie lo sabe, y es curioso, ¿no?, uno diría que el fin del mundo sería una de esas cosas imposibles de mantener en secreto, pero ahí los tienes, oye, tan panchos. A ver si es que me han tomado el pelo… No, no puede ser, mis fuentes son, cómo se dice, dignas de crédito, y quién le iba a gastar a uno una broma de tan mal gusto. En fin, yo a lo mío, a lo que íbamos. Ah, mira, a lo tonto a lo tonto, ya he llegado.

Respira hondo y entra en esa tienda de grandes ventanales. Un dependiente muy estirado se le acerca, buenos días, en qué le puedo ayudar. Ja, ja, ayudar dice, si usted supiera. ¿Perdón, cómo dice? No, nada, disculpe, que quería ver el piano de allí del fondo. ¿El del fondo, dice usted?, con esa cortesía tan grande que deja claro que pero si no te puedes pagar ni la tapa, infeliz. Sí, el del fondo. Cómo no, acompáñeme, por favor. Y llegan al lado del piano, y el dependiente empieza a loar las virtudes de este magnífico instrumento, pero él ya ni escucha, él por fin a lo suyo, lo mira y se dice que sí, que es magnífico, y se abre el abrigo y saca el instrumento, el otro, y manos a la obra. “¡Pero qué hace, hombre!” (y mira que está claro, se está cargando el piano a hachazos). “¡Que me deje, que estoy muy loco!” Y así dale que te pego, menudo alboroto y la gente venga a mirar, pero cualquiera se acerca al tarado ese. Y por fin, por una vez en la vida, se está dando un gustazo, aunque la policía no tardará mucho en llegar y se lo lleve, cuando sólo quedan once horas y media para el fin del mundo.

viernes, 20 de julio de 2007

Canción del día: "Talk About The Passion" (R.E.M.)

Ya iba siendo hora de que les hablara aquí de una de mis bandas favoritas, aunque creo que ya les había mencionado que hay muy pocas personas en este mundo que sean (o hayan sido) tan fans de R.E.M. como su humilde escribiente. (Sí, ése soy yo.) Y qué mejor excusa para hacerlo que hablarles de esta canción, porque perteneciendo como pertenece a su primer LP, "Murmur" (1983), es un ejemplo perfecto de por qué R.E.M. son hoy en día unos mamuts del rock: porque desde sus primeros pasitos supieron facturar auténticos clásicos.

En realidad, se podría decir que la historia de R.E.M. no es tanto la historia de la evolución de una banda como la de la evolución de un cantante, el señor Michael Stipe, que se busca a sí mismo. Y es que a pesar de que desde un primer momento está clarísimo para el oyente que se encuentra ante un vocalista de personalidad (y voz) única e intransferible, el señor Stipe tardaría todavía un tiempito en convencerse de que, sí, era cantante, y mucho más tiempo todavía en descubrirse a sí mismo (porque finalmente lo hizo) como un gran cantante. La prueba la tienen en este álbum, cuyo título no podría ser más acertado: ¿"Murmur"? Pues sí, "murmullo". Como buen cantante novato el señor Stipe está todavía tímido, reticente, y más que vocalizar murmura, como dubitativo, procurando mantener su voz en un discreto segundo plano. Ya sé que el de la sinestesia es un recurso fácil y que suena a poesía-expendida-al-peso, pero podría decirse que en este disco la voz de Michael Stipe suena, si tal cosa es posible, desenfocada. Borrosa. Nada de qué preocuparse: como decimos, poco a poco don Michael iría cogiendo confianza hasta llegar a soportar el peso de las gloriosas canciones que conformarían sus álbumes "clásicos" (perdón por la insistencia en el adjetivo, pero es que es una verdad como un templo), la imbatible tríada compuesta por "Green", "Out Of Time" y "Automatic For The People", con mención especial a su mejor momento como vocalista, la hermosísima "Nightswimming".

Pero nos estamos adelantando mucho en el tiempo: centrémonos en el año 1983, y en nuestra canción estrella de hoy, la que me ha alegrado el día. Como decíamos, Michael Stipe se encuentra inseguro, bla-bla-bla, lo cual de todos modos le va como anillo al dedo a la letra que canta en este canción: "not everyone can carry the weight of the world". (Desde luego, yo no podría.) Y mientras tanto Buck, Mills y Berry, ajenos a tanta bisoñez, atacan la canción con una ferocidad casi impropia de un medio tiempo, vomitando todo lo que más les gusta de los discos que desde siempre les han fascinado: ¿Rickenbakers a lo Byrds? Vale. ¿Acústicas folkies? Hecho. ¿Cien gramos de Beatles? Vengan. Y lo que les echen. Y ahí lo tienen, señoras y señores: treinta años de historia del rock resumidos en tres minutitos y medio. Grandes, muy grandes desde sus primeros pasos. Hablamos de pasión.

...qual piuma al vento.

Segunda parte de nuestro anterior post (¡"El Hombre Sentimental", su meta-blog favorito!), y es que estaba yo esta mañana, una vez más, escuchando a La Mode cuando me ha sorprendido recordar unos versos de El Zurdo, en este caso pertenecientes a su canción "Imperios":

"Móntate tu propio clan,
ríete del qué dirán.
De tu imagen sé traidor,
pero conserva el honor."

Y oigan, que será una tontería, pero he respirado más hondo. ¡Gafapastas! ¡Nunca seré uno de vosotros, ja-ja!

martes, 17 de julio de 2007

L´uomo é mobile

Errar es humano, decía un proverbio, y rectificar, de sabios, decía otro. Nos referimos a nuestro post del día 30 de Junio donde decíamos (me cito literalmente a mí mismo): "mis gafas son -y siempre han sido y siempre serán- de montura metálica". Bueno, pues el caso es que he ido el otro día a hacerme unas gafas nuevas (puesto que se va uno quedando progresivamente más cegatete) y... oigan, que he salido de la óptica con un par de gafas de pasta, y negras, para más inri. "Qué hombre tan veleta", dirán algunos de ustedes. "Qué caracter tan inestable y tornadizo", dirán otros. Que no, joder. Es que, simplemente, no había otras que me gustaran más. Y además, tampoco es para ponerse así y ¿qué hago yo dándoles explicaciones?. Hombre, copón ya.

...Total, que ya pertenezco oficialmente (suspiro) a la logia de los gafapastas.

domingo, 8 de julio de 2007

Los ejes de mi carreta: homenaje a El Martín Pecador

Nos congratula, mis muy estimados lectores de esto, darles una buena noticia en forma de inauguración reciente, y es que hace muy pocos días que nuestro gran amigo El Martín Pecador ha abierto un nuevo, y estupendo, blog: búsquenlo en http://www.elmartinpecador.blogspot.com/.

¿Ya le han echado un vistazo? En ese caso quizá se hayan fijado en que el amigo Martín ha tenido el detallazo de hacernos un homenaje en un reciente post titulado "El Hombre Sentimental baila boogaloo", en el que nos colma de muy placenteros y sin duda inmerecidos elogios, y por eso queremos devolverle los halagos recomendándoles la lectura de su blog. Por eso y porque, además, el amigo Martín y yo compartimos muchas cosas, y cuando digo "cosas" no me refiero sólo a gustos (musicales, literarios, cubatísticos), sino a una cierta actitud vital que, sospecho, nos lleva en ocasiones -en más de las que nos gustaría- a pensar que no estamos del todo en el lugar que queríamos ocupar cuando éramos (más) jóvenes y queríamos comernos el mundo (o dicho de otro modo, ¿qué hago yo con traje y corbata de lunes a viernes?), pero que, en definitiva, esto es lo que hay y más nos vale sacar provecho de todas las buenas ocasiones que para ello se nos presenten.

Esto se ve muy bien en otro post un pelín más antiguo, titulado "Si consideramos" (http://elmartinpecador.blogspot.com/2007/07/si-consideramos-reflexin-de-bukowski.html), en el que glosando un poema de nuestro muy admirado Bukowski, el señor Pecador dice: "La vida gira sobre un eje podrido", para luego concluir que a pesar de ello hay tantas y tantas buenas razones para disfrutarla. Y como homenaje a ambos (a Bukowski y a El Martín Pecador), yo quisiera completar la metáfora a mi manera. Y es que yo diría, siguiendo un símil parecido, que la vida es una carreta, y que son sus ejes, los que dan movimiento a esa carreta, los que están podridos. Ahora bien, esto no es lo importante: lo importante es que la carreta sigue andando, y en ese camino podemos encontrar tantos instantes hermosos que sería una pena desaprovechar el viaje lamentándonos constantemente por cómo chirrían los putos ejes. Eso sin contar además con una de las mejores reglas del juego, que consiste en que en esa carreta tú tienes un amplio margen de libertad para decidir cuál es la carga que quieres llevar, cuáles son los lastres que en un momento dado te permites arrojar a la cuneta para evitar pesos indeseados, a quién invitas como compañeros de trayecto y qué cosas quieres portar contigo para hacerte el viaje más ameno. Yo, por mi parte, siempre llevo una copia de "El guardián entre el centeno" de J.D. Salinger y otra del "Forever Changes" de Love, aunque a veces las he regalado a algún compañero de viaje especialmente amado y después he tenido que comprarme otra en la siguiente parada.

En definitiva, menos lloriquear y más estarse al sopesquete. Como dijo el señor Leonard Cohen, "there are heroes in the seaweed", y esos héroes anónimos de los que está el mundo lleno puede que no sean otros que los que saben encontrar las perlas entre la comida de los cerdos, los diamantes entre la basura. Y si esto es así, nuestro amigo El Martín Pecador es un auténtico superhéroe patrio.

Vale (y disculpen que me haya puesto un poco hippy y tal).

La música amansa a las fieras

...Y miren que no me gusta tirar de tópicos (mentira, me gusta como al que más, pero no se preocupen que enseguida dejo de discutir conmigo mismo por respeto a ustedes, mis queridísimos lectores), pero es que este es cierto. Lo he comprobado por mí mismo, no diré científicamente, pero sí empíricamente. ¿Qué cómo? Pues muy fácil: lean, lean.

Resulta que en el edificio donde vivo todos los vecinos tenemos un mínimo de tres ventanas abiertas a un patio interior que haría las delicias de cualquier físico que se dedique a estudiar, bien las leyes de la termodinámica (inexplicables y violentísimas corrientes de aire tanto caliente como frío que surgen de la nada), bien las de la acústica, y esta última es la parte que nos interesa: mi patio interior es como una inmensa cámara de resonancia y eco que magnifica cualquier sonido que en él se produzca. De verdad, oigan: en mi edificio, si tienes las ventanas abiertas, ya puedes procurar no tirarte un pedo amparado en lo que tú crees la inviolable intimidad de tu hogar, que todos los vecinos lo escucharemos (y en casos excepcionales, aplaudiremos). Así de seria es la cosa. Por lo que ya se podrán figurar el caos que impera en la finca completa en verano, cuando todos tenemos las ventanas abiertas obligados por los rigores de la canícula madrlieña. Y el otro día no fue una excepción: mientras yo procuraba trabajar en mi habitación sentado a las teclas de este mismo ordenador, a mis sufridas orejas llegaba una cacofonía espantosa compuesta a partes iguales por los sonidos de mi vecino de abajo cantando (aún no se sabe en qué idioma), mi vecino de más abajo con la tele a todo trapo (no es que lo pueda evitar, es que al parecer está un poco teniente el hombre), una pareja discutiendo, un transistor emitiendo un debate radiofónico, ruidos (y aromas) de fritura de una cena tempranera, y lo que parecía ser un gallinero atacado por un zorro rabioso. Y dos huevos duros. Planteamiento, esto era el planteamiento.

Vayamos ahora a por el nudo: "¡Buenobastayametenéisharto!", pensé yo francamente desesperado. Y entonces se me ocurrió combatirles con mis propias armas. Así que abrí la ventanica del iTunes, encendí los altavoces de mi computador, y a un volumen sabiamente regulado -lo suficientemente alto como para asegurarme de que todos los vecinos lo escucharían, lo suficientemente bajo como para que nadie me llamase "cabrón"- hice click en el botón de "play" y la voz de platino del señor Otis Redding se dejó oír por todo el patio entonando la dulcísima "These Arms Of Mine"...

...y dos minutos y medio más tarde, cuando la canción se acabó, todas las ventanas del patio seguían abiertas, pero mi vecino había dejado de cantar, mi otro vecino había apagado su televisor, la pareja había dejado de discutir, el transistor estaba en "off", y la cena seguía, eso sí, friéndose apaciblemente (el estómago no admite esperas). Ese fue el bonito desenlace: reinaba un silencio que sólo puedo calificar de idílico, y llámenme romántico si lo desean, pero quiero imaginarme a mis vecinos escuchando la voz de don Otis y derramando una lagrimita en sus domicilios.

Así fue, y así se lo hemos contado.

(P.D.: Aunque escribí este post hace unos cuantos días, todavía no lo había publicado. Pues bien, ayer hemos vuelto a repetir el experimento con Jacques Brel y "Quand On N´A Que L´Amour", con idénticos resultados. ¡Funciona, funciona!)