Hay que ver qué paradojas: hoy, hoy precisamente que sí que lo traíamos gordísimo no podemos extendernos en demasía, porque sería abundar en lo ya archiconocido y tampoco se trata de aburrirnos –ni yo solo, ni yo a ustedes-. De modo que vamos a tratar de ceñirnos lo más posible a nuestro disco de hoy, porque nada de lo que podamos decir puede añadir ni un solo gramo más de peso a la leyenda de Kraftwerk.
Estamos en 1975 y, a golpe de genio, cuatro señores alemanes –herren Ralf Hutter, Florian Schneider y los eternamente segundones Karl Bartos y Wolfgang Flur- se están inventando, ellos solos, la música electrónica de los próximos treinta años. Y no crean que es un empeño chiquito: repetimos, estamos en 1975, y por tanto no hay samplers, PCs, Macs, MIDI ni cosa que se le parezca, y los sintetizadores se encuentran aún en su estado más primitivo –el puramente analógico-, de modo que cada vez que los mencionados cuatro señores quieren parir alguno de los extraños sonidos que bullen en sus cabezas, no tienen más remedio que retorcer las ondas sonoras hasta lo indecible con la tecnología de la que disponen, o bien, directamente, inventarse algún aparato que sea capaz de producir esos sonidos. No sé si se dan cuenta de la enormidad de lo que digo, pero imagínense que a un solo guitarrista le hubiera dado por inventarse todos los puñeteros pedales de efectos –wah-wah, fuzz- del mundo. Pues más o menos lo mismo. No estamos, por tanto, hablando de una labor fácil, y menos en el caso de una banda que no sabe dar un solo paso sin haberlo pensado mil veces, porque no se trata sólo de canciones, ni siquiera sólo de música en abstracto. Kraftwerk tienen una visión: el hombre-máquina. Hombres que hacen música como si fueran robots, con una mínima actividad física y despojándola de todo lo superfluamente emocional; robots que tienen emociones y saben computar música de una belleza devastadora, pero sin impulso animal.
Kraftwerk no han sido aún capaces de plasmar completamente esa visión, aunque falta poco ya -“The Man-Machine” es de 1978, si bien el gran salto cualitativo lo darán en 1977 con “Trans-Europe Express”-. Y precisamente eso es lo más interesante de este “Radio-Activity”: Kraftwerk ya están en posesión de todos los elementos que les hacen grandes, pero aún no saben conjugarlos del todo. Aún no han terminado de perfeccionar su estilo propio. Aún les pesa la influencia del rock sinfónico, de donde vienen aunque no les guste reconocerlo –alguna de estas doce canciones desprende un cierto tufillo a Vangelis-. Aún no son completamente Kraftwerk, y es en esta cierta indefinición donde mejor se puede apreciar la enorme influencia que tendrán posteriormente -por poner sólo dos ejemplos de grupos que nada tienen que ver entre sí y que saltan inmediatamente a la memoria al oír este álbum- en bandas como OMD o The Chemical Brothers. Dicho de otro modo: precisamente porque, aquí, Kraftwerk aún no suenan del todo a Kraftwerk, éste es, de sus discos, en el que mejor se puede apreciar lo mucho que todos los demás suenan a Kraftwerk.
Por lo demás, como decimos, todo está aquí: los sonidos que no existen en la naturaleza y que sólo una máquina ha podido soñar, las melodías bellísimas -confesión personal para que se hagan una idea: la primera vez que oí la canción “Europe Endless” (de “Trans-Europe Express”), yendo por la calle con mi discman, no pude contenerme y rompí a llorar como un nene en plena vía pública- y el gusto por lo conceptual, mezclado con el placer de lo equívoco (en un disco llamado “Radio-Activity” las piezas se titulan “Geiger Counter”, “Radioactivity” o “Uranium”, pero también “News”, “Antenna” o “Transistor”), lo cual nos trae de cabeza a uno de los aspectos que más nos gustan de esta banda: su enorme sentido del humor. Sólo a ellos se les podía ocurrir esta letra para un tema,
Radioactivity
Is in the air for you and me
Radioactivity
Discovered by Madame Curie
o titular a la pieza que cierra el disco “Ohm Sweet Ohm”. Y por último: sí, hablo de “piezas”, y no de “canciones”, y no por pretenciosidad, sino porque en este disco los señores de Kraftwerk también hacen gala de una cierta patilla. Cuando uno ve que el disco consta de doce cortes no puede por menos de asombrarse: en el universo particular de Kraftwerk doce temas son lo que se podría decir un esfuerzo ciclópeo. Pero, claro, hace falta algo más que un poco de manga ancha para definir “Intermission”, “News”, “The Voice Of Energy” o “Uranium” como canciones en el sentido más tradicional del término.
¿Lo ven? Al final me he enrollado más de lo previsto. En fin: fin.
viernes, 3 de agosto de 2007
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1 comentario:
Buen blog, muy interesante tu forma de encarar las cosas
Te dejo un abrazo
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