...Y miren que no me gusta tirar de tópicos (mentira, me gusta como al que más, pero no se preocupen que enseguida dejo de discutir conmigo mismo por respeto a ustedes, mis queridísimos lectores), pero es que este es cierto. Lo he comprobado por mí mismo, no diré científicamente, pero sí empíricamente. ¿Qué cómo? Pues muy fácil: lean, lean.
Resulta que en el edificio donde vivo todos los vecinos tenemos un mínimo de tres ventanas abiertas a un patio interior que haría las delicias de cualquier físico que se dedique a estudiar, bien las leyes de la termodinámica (inexplicables y violentísimas corrientes de aire tanto caliente como frío que surgen de la nada), bien las de la acústica, y esta última es la parte que nos interesa: mi patio interior es como una inmensa cámara de resonancia y eco que magnifica cualquier sonido que en él se produzca. De verdad, oigan: en mi edificio, si tienes las ventanas abiertas, ya puedes procurar no tirarte un pedo amparado en lo que tú crees la inviolable intimidad de tu hogar, que todos los vecinos lo escucharemos (y en casos excepcionales, aplaudiremos). Así de seria es la cosa. Por lo que ya se podrán figurar el caos que impera en la finca completa en verano, cuando todos tenemos las ventanas abiertas obligados por los rigores de la canícula madrlieña. Y el otro día no fue una excepción: mientras yo procuraba trabajar en mi habitación sentado a las teclas de este mismo ordenador, a mis sufridas orejas llegaba una cacofonía espantosa compuesta a partes iguales por los sonidos de mi vecino de abajo cantando (aún no se sabe en qué idioma), mi vecino de más abajo con la tele a todo trapo (no es que lo pueda evitar, es que al parecer está un poco teniente el hombre), una pareja discutiendo, un transistor emitiendo un debate radiofónico, ruidos (y aromas) de fritura de una cena tempranera, y lo que parecía ser un gallinero atacado por un zorro rabioso. Y dos huevos duros. Planteamiento, esto era el planteamiento.
Vayamos ahora a por el nudo: "¡Buenobastayametenéisharto!", pensé yo francamente desesperado. Y entonces se me ocurrió combatirles con mis propias armas. Así que abrí la ventanica del iTunes, encendí los altavoces de mi computador, y a un volumen sabiamente regulado -lo suficientemente alto como para asegurarme de que todos los vecinos lo escucharían, lo suficientemente bajo como para que nadie me llamase "cabrón"- hice click en el botón de "play" y la voz de platino del señor Otis Redding se dejó oír por todo el patio entonando la dulcísima "These Arms Of Mine"...
...y dos minutos y medio más tarde, cuando la canción se acabó, todas las ventanas del patio seguían abiertas, pero mi vecino había dejado de cantar, mi otro vecino había apagado su televisor, la pareja había dejado de discutir, el transistor estaba en "off", y la cena seguía, eso sí, friéndose apaciblemente (el estómago no admite esperas). Ese fue el bonito desenlace: reinaba un silencio que sólo puedo calificar de idílico, y llámenme romántico si lo desean, pero quiero imaginarme a mis vecinos escuchando la voz de don Otis y derramando una lagrimita en sus domicilios.
Así fue, y así se lo hemos contado.
(P.D.: Aunque escribí este post hace unos cuantos días, todavía no lo había publicado. Pues bien, ayer hemos vuelto a repetir el experimento con Jacques Brel y "Quand On N´A Que L´Amour", con idénticos resultados. ¡Funciona, funciona!)
domingo, 8 de julio de 2007
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